viernes, 27 de agosto de 2010

Nostalgia de insurreccion fuente:EJU

CommentsEnrique Fernández García*

El fragor que sacudió a quienes iniciaron su obra destructora y ramplona en Bolivia, hace menos de cinco años, fue debilitándose hasta ser sólo una raquítica parodia del pasado. Nadie objeta que, durante aquellos días signados por la inclinación al desacato, cualquiera podía figurarse lo futuro como un tiempo mejor, incluso merecedor de sacrificios relacionados con el ocio. Hubo poco sitio para las desesperanzas, pues primaba la confianza en nuestra supremacía. Lógicamente, no me refiero al número de personas que apoyaban el proyecto, sino a la excelencia del ideario defendido. No debe haber ninguna duda respecto a la grandeza de una resistencia que, con algunas excepciones, fue pródiga en gallardía, mas también pudo formular propuestas elogiables. Habiendo conocido que la libertad se sobrepuso siempre a las tiranías, el advenimiento de triunfos definitivos era considerado inminente. Se había conseguido proporcionar un sentido político a la existencia de abundantes almas, por cuanto éstas podían emprender casi todo acto que tuviera esa orientación. Como los adversarios pretendían valerse de una fórmula en la que mezclaban irracionalidad con salvajismo, apostar por su descalabro, así fuera uno despacioso, era lo razonable. Es plausible aseverar que la dignidad no admitía otras opciones. Aun el firmamento parecía bendecir al hombre que resolvía mirarlo para luego denostar a un régimen dentro del cual rebosa la corrupción. Quizá, debido a su arrojo, la figura de Ícaro serviría para representar al que vivió así ese periodo. Sintetizando, hubiera sido ilusorio pensar entonces que las arengas e injurias caerían en pro de los arrodillamientos frente al poder siniestro.

Nunca dejó de haber argumentos para optar por la insubordinación ciudadana. Desde sus primeros días en la cima del Ejecutivo, el Movimiento Al Socialismo mereció la peor de las censuras. Entre otros motivos, no voté por Juan Evo Morales Ayma porque su conducta era democráticamente inaceptable; nada sustentaba la decisión de ayudarlo a obtener un triunfo electoral. Cualquiera que se hubiese informado acerca de sus antecedentes no podría pretextar ahora inocencia ni buscar amparo en la buena fe para fundamentar respaldos pretéritos. Como era previsible, las razones que permitían reprobarlo se multiplicaron a lo largo de sus años presidenciales, desgraciando a la sociedad entera. Por fortuna, tuve la dicha de hallar a sujetos que compartían mi opinión, ansiaban acabar con esa malandanza, restaurar un modelo imperfecto pero no funesto. Es que, cuando los vapuleos al contradictor no se toleraban, encontrar a seres díscolos era sencillo. Pienso que la fraternidad provocada por el aborrecimiento a un autócrata es algo análogo al sentimiento nacido entre las víctimas de grandes calamidades. Hasta un individualista extremo como yo, tentado frecuentemente por el anarquismo más atómico, creyó en la eficacia de ciertas acciones colectivas. Si bien tocó una lidia desprovista del romanticismo de otrora, uno estaba dispuesto a participar en ella con fervor medieval. El entusiasmo no sufrió alteraciones, por lo que éste se mantuvo igual cuando intentamos contribuir al sustento teórico de la contienda o, a menudo, reforzamos los insultos del tropel.

No es intrascendente que, relegando al mentecato de Hugo Chávez, el rechazo al castrismo haya estimulado a varios opositores. Tengo entendido que los masistas no poseen otra utopía. El hecho de venerar a esa dictadura caribeña que diseminó la miseria y centuplicó los oprobios bastaba para detestar al Gobierno. Es altamente incalificable desear reproducir las aventuras de un tiparraco que, pese a la senilidad, continúa siendo el símbolo del cretinismo en América Latina. Ese déspota llamado Fidel privó a los cubanos del derecho a elegir su propio destino, imponiéndoles una realidad en la cual querer un presente digno es considerado reaccionario, salvo si uno pertenece a la casta mandante. Conviene resaltar que, aun cuando algunos ilusos quisieron dedicarle ditirambos, anunciando transformaciones medulares, la sucesión de Raúl no trajo consigo mejoramientos del sistema. Tal vez Bioy Casares haya estado meditando sobre lo acaecido en Cuba cuando definió el término revolución con estas palabras: «Movimiento político que ilusiona a muchos, desilusiona a más, incomoda a casi todos y enriquece extraordinariamente a unos pocos. Goza de firme prestigio». Pasa que la igualdad propugnada por el comunismo se convirtió en una servidumbre tan mayoritaria cuanto precisa para nutrir a un estamento repugnante. Ésta era la posteridad que se trataba de repeler, apoyando también a quienes querían acabar con esa opresión en el suelo donde nació Carlos Alberto Montaner, eximio defensor del liberalismo. Aunque tengamos el consuelo de que ningún adalid es inmortal, ni siquiera uno cuya palabrería no conoce finitud, la lucha por la revocación del orden vigente debe ser una labor continua. En estos países con fiebre adánica, la condición de reaccionario es apreciable.

Es una perogrullada destacar que toda esa repulsión al Gobierno ya no tiene la misma profundidad. El enfrentamiento con sus prosélitos ha perdido fanáticos, amigos y compañeros; ingenuamente, se cree que la única salida pasa por conseguir divisiones internas, perfidias entre traidores, escisiones originadas en dislates. Huelga decir que la celebración de sus altercados domésticos me parece patética. Como descubrir bondades en sus secuaces es imposible, no admito que la solución sea inseparable del partido reinante. Recordemos que esos mismos disidentes apoyaron ayer prácticas relacionadas con el despotismo; por tanto, su desarmonía no justifica éxtasis. Tengo la impresión de que cuantiosos opositores quedarían complacidos si coronaran a un caudillo menos bestial. El propósito de cambiar a un grupo que sobresale por las vilezas, perjudicando la convivencia humana, ha sido desestimado para suplicar una simple moderación del régimen. Es que las arbitrariedades dejaron de generar los efectos anteriores, pues nos acostumbramos a contemplarlas sin estremecernos. Esos recintos en donde se reunían los enemigos del oficialismo para planificar la reconquista del poder, ejerciendo sus derechos naturales, fueron invadidos completamente por el silencio. Nunca estuvo tan lejos la repetición de aquellas hazañas. Otra vez, los exilios irrumpieron en la historia de un país habituado a las resurrecciones del autoritarismo; como pasó antes, el socialismo sigue descollando por sus apresamientos, causando desmembraciones familiares y angustias insoportables. Sin embargo, la mayor crítica no debe circunscribirse a esa manifestación de barbarie, sino dirigirse contra nuestra propia docilidad. Ocurre que, cuando idioteces como la del colectivismo asoman en una sociedad, caracterizarse por el sosiego equivale a consentir su instauración. Además, en estos momentos, la pacificación revela solamente consciencia de una reprochable derrota.

Nota pictórica. El juramento del juego de pelota es una obra que pertenece a Jacques-Louis David (1748-1825).

*Enrique Fernández García

Escritor, encomiasta de la Ilustración, político liberal y, desgraciadamente, abogado. En plata: "Soy, tácitos amigos, el que sabe que no hay otra venganza que el olvido ni otro perdón" (Jorge Luis Borges, ‘Soy’).

caidodeltiempo.blogspot.com

miércoles, 25 de agosto de 2010

El regalo ideologico andino por:Mandrake fuente EJU

25 de agosto de 2010 a las 00:44 por Mandrake

Juan Claudio Lechín

Por lados distintos, un taxista, una guía turística y un musicólogo me ofrecieron en el Cusco los fundamentos ideológicos del mundo andino denominados la “reciprocidad” y la “complementariedad”.

La reciprocidad es una forma de solidaridad. Se llama minka, ayni o mita, dependiendo si es a favor del individuo, de la comunidad o del Estado. La “complementariedad”, por su parte, declara que las fuerzas contrarias no deben destruirse sino complementarse, como son el día y la noche.

La primera vez escuché esto en la voz de Filemón Escobar, legendario dirigente minero boliviano y un no muy satisfecho mentor de Evo Morales; de quien asegura públicamente que “no ha entendido que la complementariedad andina significa la existencia simultánea de pueblo y elites, de la civilización occidental y de la andino-amazónica, de la derecha y de la izquierda democráticas”.

Interesante planteamiento porque invita a dejar la confrontación y los bandos “irreconciliables” de nuestras historias políticas. Pero además propone retos pragmáticos como por ejemplo, ¿con qué políticas conseguiremos que coexistan simultánea y saludablemente lo moderno y lo tradicional, las clases antagónicas, Estado y regiones, lo material y lo espiritual, la cortesía y la eficiencia, la libertad y la equidad?

Para avanzar en este aparentemente sencillo postulado andino es necesario apropiarse de las diferencias que existen en el país, es preciso contenerlas dentro de uno como un orgullo y no como una vergüenza. El reto es construir pensamiento propio pero sobre todo sensibilidad propia. Porque este pensamiento se presenta como una veta útil para resolver lógicas tradicionalmente enfrentadas, para engranar diferencias y construir el futuro; y es muy útil para deshacernos de esas gastadas convicciones que nos han indicado que destruyendo a otra parte importante de nuestro país conseguiremos la modernidad o la justicia social. Las sociedades son cuerpos interrelacionados entre sí, de tal manera que la derrota de uno no hace el triunfo del otro.

Siempre me sorprendió, en América Latina, que cuando ganaba la derecha los países se hundían y cuando ganaba la izquierda los países también se hundían. Algo no funcionaba. Y esto es así porque se ha querido triunfar a costa de la desaparición del otro grupo ideológico, del otro pensamiento, del otro grupo social, de su aniquilamiento y no de la complementariedad. Para que a un lado de la sociedad le vaya bien, al otro le debe ir bien también, o por lo menos tiene que tener la posibilidad real de que en algún momento le vaya bien.

Por eso el fútbol perdura, por es complementariedad entre opuestos. El equipo que gana, festeja. El que pierde se retira enojado pero tiene la posibilidad de ganar la próxima. No quema el estadio, no pasa a degüello al equipo contrario, no pisotea las reglas y convierte dos corners en un gol, no acalla la voz de la barra contraria ni exila al árbitro por cobrar penal. La reciprocidad y la complementariedad andinas son brotes frescos en un siglo XXI que todavía se muestra seco y sin sueños. Echémosle agüita, quizá nos de mucho fruto.

El Comercio – Lima

martes, 10 de agosto de 2010

Otra vez Venecuba o Cubazuela por:Mandrake fuente: ErnestoJustiniano.org

Otra vez Venecuba o Cubazuela
10 de agosto de 2010 a las 17:35 por Mandrake

Carlos Alberto Montaner

En Santa Clara, en la ceremonia del pasado 26 de julio, se escucharon los himnos de Cuba y Venezuela. Todo un símbolo. Otra vez Cubazuela o Venecuba. Chávez y Fidel, con la aceptación a regañadientes de un Raúl que carece de poder para oponerse, aunque está convencido de que Chávez es un cretino medio loquito, y no se explica cómo su hermano lo ama, han retomado la idea de unir a los dos países en una suerte de federación. La hipótesis de ambos, de Hugo y de Fidel, es que las dos revoluciones se necesitan mutuamente para sobrevivir.

Para Chávez, Cuba es una fuente inagotable de inteligencia policiaca, control político y modelo administrativo. Ni siquiera tiene que esforzarse en elaborar un discurso retórico porque ya se lo fabricaron en La Habana hace muchos años sobre un viejo guión marxista-leninista: la agresiva rapiña del imperio yanqui, el horror codicioso de los capitalistas, la miserable indiferencia ante la pobreza que muestra el mercado, la lucha de los oprimidos del mundo contra las oligarquías y el resto de las idioteces ideológicas típicas de la tribu.

A estas alturas, Chávez sabe de sobra que Cuba es un desastre económico y social absoluto del que escapa todo aquel que puede, pero este “pequeño” detalle pesa mucho menos que la inmensa capacidad de supervivencia que le aporta ese régimen. Lo que a Chávez le interesa es eternizarse en el poder y esa fórmula no hay duda de que la poseen los Castro. El hecho de la progresiva pauperización de su país para él carece de importancia si consigue envejecer en la poltrona presidencial. A fin de cuentas, Fidel también ha construido una estrategia infalible para enfrentarse a la catástrofe material: negarla, por una punta, mientras por la otra se alaba la frugalidad y se condena el consumismo.

Basta con cerrar los ojos e instalarse cómodamente en un discurso benevolente sobre los niños que se educan y los enfermos que se curan, fustigando simultáneamente la codicia de los países que consumen los escasos recursos del planeta. De pronto, ser y vivir como un pordiosero se convierte en una virtud ejemplar.

Para Fidel, Hugo Chávez y Venezuela son la garantía de que la revolución cubana perdurará tras su muerte. Fidel no confía en las condiciones de Raúl. Sabe que es leal y competente, pero incapaz de soñar en grande. Raúl no es un visionario. No tiene visiones grandiosas ni oye las voces de la historia. Le falta ese glorioso toque megalomaníaco, con acentos paranoicos, que caracteriza a los grandes revolucionarios. Raúl no quiere cambiar el mundo, sino a las vacas. Pretende cosas tan pedestres como que los niños puedan tener acceso a un vaso de leche después de los siete años. Puras ordinarieces.

También, naturalmente, está el argumento de los petrodólares. Venezuela, como antes la URSS, sirve para costear la ineficiencia del sistema. El régimen hoy puede seguir siendo minuciosamente improductivo porque esa incapacidad la subsidian los venezolanos de varias maneras: enviando petróleo que no se cobra nunca, pagando cantidades astronómicas por unos servicios que no se prestan, o que se prestan mal, menos los policiacos, y utilizando a Cuba para triangular las compras. Venezuela, por ejemplo, necesita una perforadora para extraer petróleo o un millón de kilos de leche, y les hace el pedido a unas compañías fantasmas cubanas a un precio descomunal. Estas empresas, a su vez, adquieren los productos en el mercado internacional a costos razonables y dejan las inmensas ganancias en la Isla. En casi todos los países de mundo eso se llama estafa. Para Chávez y para Fidel son sólo muestras de solidaridad internacionalista pagadas por los sufridos venezolanos.

Lo interesante de esta fusión progresiva entre los dos países es que ambos también duplican las zonas de riesgo. Los cubanos saben que el agotado régimen de los Castro pende y depende de un tenue hilo biológico del que cuelgan dos ancianos valetudinarios, mientras los venezolanos no ignoran que Chávez sólo tiene el apoyo firme de un 30% de la población y el creciente rechazo del resto del país, relación de fuerzas que puede desembocar en su salida del poder. Cualquiera de los dos gobiernos que entre en crisis arrastrará al otro hacia su destrucción. Seguro.

El Diario Exterior